Lunes 4 de Marzo de 2013

Conductor estrella

Dentro de un viejo palacete estilo francés decorado con obras de los más grandes pintores argentinos y uruguayos.

En Buenos Aires, cerca de Callao y Las Heras, dentro de un viejo palacete estilo francés decorado con obras de los más grandes pintores argentinos y uruguayos (también hay esculturas), lleva adelante su trabajo quien probablemente sea el asesor mejor pago del país (U$S 1.500 la hora). Entre su clientela, compuesta por empresarios de primer nivel, hay mucha gente ligada al mundo del espectáculo y los medios.

Pocos saben que el especialista en cuestión, cuyo vulgar sobrenombre empieza con “t”, ni siquiera terminó la secundaria y, de no ser por el enorme poder de algunos de sus clientes, ya estaría tras las rejas por utilizar métodos que, en realidad, lo emparentan a la psiquiatría (de hecho varios lo creen psiquiatra). A este psicópata de manual, que no acepta a cualquiera y elige a sus “víctimas”, se llega por distintos caminos.Desde la recomendación hasta ser obligado por tus “jefes”, hay de todo y para todos los gustos. Su metodología está muy bien pensada.

Primero tenés unas cuantas reuniones personales frente a él donde, con asombrosa habilidad, te va sacando información; una vez que te tiene “calado” y ya lo admirás (es muy inteligente y carismático) pasás a las llamadas clases de grupo. ¿En qué consisten? Básicamente sentarte en círculo frente a otras personas (no más de 15), todos bastante encumbrados, y someterte a una técnica cuyo objetivo es dominar tu personalidad.

Puede parecer tonto pero el hecho de contar tu vida delante de desconocidos, sin que nadie diga palabra alguna y sólo te miren fijo, genera un estado emocional que llega a quebrarte. Ni bien terminás de hablar, los otros opinan sobre el discurso que diste. Claro que la cosa no es tan fácil: el señor “t” tira algunas pautas que los presentes agarran en el aire. ¿Lo más común? Que el grupo te destroce. Salís de ahí trasformado en piltrafa.

La organización es tan perfecta que las sesiones se dividen en distintos niveles. Por ejemplo, quienes recién llegan van a parar a los grupos menos importantes; con el tiempo y si tenés potencial, te van ascendiendo. En el nivel uno te encontrás con algunos de los hombres más poderosos del país, incluso aquellos que tienen medios de enorme influencia. Da algo de pena verlos dominados, contando detalles íntimos y desgarradores de sus vidas. Acostumbrados a ser adulados por todos, con la excusa de mejorar su vida y desempeño laboral, el señor “t” les da algo que desconocen: maltrato.

Parece increíble pero estos señores dueños de vidas y saturados de poder, disfrutan de esa hora y media en la que se les pega mientras desnudan sus peores secretos. Con el paso del tiempo y si lográs mantener tu cabeza “limpia”, descubrís que no todos los concurrentes son “clientela” pura; o sea, hay dos o tres que trabajan para el asesor, y él los va metiendo en las distintas empresas. Son como tumores: una vez que entran y conocen tus secretos, ya nadie los saca.

Quien escribe llegó ahí porque su socio de entonces, un conocido publicitario, concurría y estaba absolutamente “dominado”: consideraba que el señor “t” era su padre (un padre bastante caro por cierto). Fui para complacerlo y ver de qué se trataba. Mi ascenso en la organización resultó fenomenal, en menos de un año ya estaba sentado en el círculo número uno, donde lloraban sus penas los empresarios más importantes de Argentina. Por supuesto, ponía toda mi energía para no terminar zombi como los demás.

Algún día escribiré un libro con lo que viví ahí dentro. Sospecho que el público se asombraría de la debilidad y capacidad de manipulación que exhiben los hombres más pesados del país, la forma en que un señor sin título secundario les dice qué hacer, a quién tomar en sus empresas o cómo conectarse con el mundo. Sólo Carlos Menem, quien lo recibió mientras se bañaba (según el señor “t” apenas vestido con pulseras de oro), lo echó sin prestarle demasiada atención. Para el resto era casi un Dios. En algún momento busqué socios para denunciarlo. ¿Resultado? Me amenazaron con juicios y demandas varias.

Ahora bien, ¿por qué el título de esta nota? Estábamos en el nivel uno (el de los empresarios top) y, como siempre, el señor “t” miraba a todos antes de decidir quién iba a hablar ese día. Ni siquiera te nombraba, le bastaba con un simple movimiento de cabeza. Le tocó a un importante personaje de los medios que por entonces dirigía un canal líder. El señor empezó más o menos bien pero en un momento se largó a llorar delante de todos: “No puedo más.

La cocaína está haciendo estragos en (nombró a la figura). Ni yo ni nadie lo maneja. Me da pena porque fue mi amigo, pero ni siquiera se le puede hablar. Es una bomba de tiempo que en cualquier momento me estalla en la cara, y es la estrella número uno…”. El señor “t” no sólo lo dejó explayarse sino que indagó sobre cuestiones personales (privadas, diríamos) que resultaban escandalosas, y eso que ninguno de nosotros era, justamente, nenes de pecho que se asombraban fácil.

Al primero que le tocó hablar fue a mí: “Yo recomendaría un tratamiento”, empecé con cierta inocencia. Pero el asesor no me dejó terminar: “Lo que tiene que hacer es sacárselo de encima ya, nada de tratamientos ni cuidado especiales”. Por supuesto, el resto se prendió a la onda excluyente y, a las pocas semanas, la estrella en problemas protagonizó uno de los pases televisivos más resonantes del momento, dejó ese canal al que todavía no volvió…Cuento esto como se puede para que entendamos qué hay detrás de muchas cosas que ocurren delante de nuestras narices y no entendemos, para que sepamos cómo algunos medios nos manipulan y llevan hacia donde quieren. La realidad suele ser más triste y compleja de lo que pensamos.

En cuanto al señor “t”, quien siempre había sido bastante cuidadoso conmigo, salió de mi vida un día que llegué a verlo con la guardia baja. ¿La razón? Mi madre estaba enferma. Ni lerdo ni perezoso, cuando olfateo una grieta de debilidad prácticamente se me “tiró” encima y comenzó a decirme cosas horribles, pretendiendo doblegar mi voluntad como hacía con todos. Me quedé callado, esperé que terminara la hora y salí sin decir palabra. Nunca volví. Muy de vez en cuando recibo llamados de él cuando lee mis notas en los medios nacionales. Jamás contesto, obvio.



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