Jueves 25 de Septiembre de 2014

Bolívar Rock

  • La Mañana de Bolivar

El Bolívar Rock 2014 y después - opinión.

Esos ‘parches’ que a casi nadie cautivaban pero aún así, para cumplir con las normas no escritas del buen ciudadano bolivarense era menester bancar. Peor es nada y celebremos que aunque sea algo hay para revolear el suéter, fue la lógica pueblerina durante añares que se nos fueron haciendo callo. Es cierto que sobre gustos no existen biblias, pero convengamos que en la música también hay calidades.

Como en el fútbol, y pobre de aquél que no sepa saborear a Riquelme y sólo vea dobles 5 por todas partes.

La banda de Germán Daffunchio brilló en nuestro festival a la altura de su contundente largo presente de más de una década, cuando se ordenó en la cancha, decidió a qué quería jugar y se puso a trabajar con la voluntad de un obrero fabril. Con las herramientas básicas del rockero construyó su luminoso hoy, desde la forja de una mística que nadie puede negarle: viene de Sumo, sus gladiadores adquirieron medalla de tales en las Academias Artísticas del Gurú Luca Prodan.

Mística que ‘las bolas’ alimentan con racimos de canciones singularísimas pero no extrañas a oídos neófitos, incluso cada vez más familiares porque suenan en todas partes a pesar de que ellos jamás buscaron esta masividad que igualmente administran con maestría, cuidándose de no distraer del carril de la música ni una brizna de su concentración. Rock, pop, reggae, punk, postpunk y unas gotas de funk son los ingredientes con los que amasan esas canciones arponeadas por la melancolía, a veces musculosas y desafiantes desde letras casi agrias, a veces fiesteras aunque en sus venas el reggae marche en retirada, a veces frágiles como un abrazo de despedida.

Pero casi todas queribles, los años lo han ido revelando. Por eso también lo de la mística, un nimbo dorado que no se atrapa saltando alto sino que se requiere algo inasequible que sólo a unos pocos les toca.

Ya tampoco puede decirse que Las Pelotas se quedó con la franquicia de la costilla descontrolada y volada de Sumo, y que el terrenal Divididos se guardó el orden y el power. Ambos se han convertido con los años en proyectos híper profesionales (Divididos de entrada se condujo así), al punto que el viejo cumpa de Daffunchio quizá hoy ya no tendría micrófono en la banda que contribuyó a fundar. Alejandro Sokol falleció en enero de 2009, pero ya hacía bastante que su manera de entender el rock como un perpetuo tránsito por las cornisas no cuajaba en un colectivo que algún lejano día de sol había elegido la mano de la disciplina. En la fábrica de canciones en que se convirtió Las Pelotas, con operarios convencidos de lo que deben hacer y ajenos a toda veleidad, el remolino Sokol hoy hubiese desentonado hasta lo exasperante.

También, la solidez y el oficio que Las Pelotas paseó en Bolívar deberían erigirse en una atalaya para las bandas locales: compromiso, tesón y paciencia son los pilares a los que ceñirse para sonar redondo, y no importa si estás acá, en Tilcara o en la hirviente Londres. “La lucha es de igual a igual contra uno mismo, y eso es ganar”, escribió el ‘pensamúsico’ rosarino Adrián Abonizio. Si empezás a hacer música obsesionado con ser como Las Pelotas, está frito, angelito. Soñar un poco resulta esencial, pero mucho se torna una especie de merca que te embota la cabeza.

Volviendo al eje: la pelota quedó picando en cancha nuestra, hay trescientos sesenta y cinco días para elaborar la próxima jugada. Este Bolívar Rock cerró tan bien que hasta nos olvidamos del grueso pifie del año pasado, cuando el gobierno de la mejora organizó el pre festival, pero luego ¡glup! canceló el festival. Capaz hasta nos vamos olvidando que hace menos de un año en Bolívar tocó lo que queda de Charly García. Y todo esto gratis, inclusivo hasta los tuétanos. Si nos gusta el rock en serio, dejémonos de naderías y valoremos que están pasando cosas que antes rellenaban el impotente renglón de la quimera. Ahora suenan melodías de primera, y por fortuna estamos acostumbrándonos igual que a un dulce clásico. Algunos lo ven y apoyan, a otros les da rotundamente lo mismo y otros militan en contra, con caretita o a caripela pelada. Es así, hay que aceptarlo. Pero si de verdad te gusta el rock, estáte alerta, pibe/a de cualquier edad, porque en las venas del lacio Bolívar corre más soja que rock. En términos cuantitativos, esto se vio en la cobertura periodística a este festival: sillas que quedaban vacías en el ‘corralito’ de prensa, choripanes que sobraban. Es meridiano que la elección de la Reina de la Rural compromete mucho más al común del periodismo local que un bajo bien puestito. Incluso por lo idiosincrático. Es que el estilo que inventaron Presley, Berry y compañía para detonar las murallas de la sociedad conservadora de mediados del siglo pasado será ahora todo lo mainstream que quieras, pero al menos en nuestra patria chica una vaca y un puñado de soja siguen batiéndolo tipo Alemania a Brasil. Si no, preguntémosle a La Vizcaína, que trajo a David Lebón y le fueron ochenta carlitos.

Si amás la cultura rock, acá no caben las tintas grises de “me encantan Las Pelotas, pero no voy porque hace mucho frío, encima van a tocar tarde y mañana laburo temprano”. Si te gusta acompañá, querido. No sólo a Las Pelotas, sino a las bandas locales. Fundamentalmente a ellas. Cooperá con tu semilla que así ganaremos todos, salvo la impasible gente que no. Porque para quejarnos estaremos siempre listos, el quejómetro no reventará jamás ya que no fija límite de calor.

Estas cosas se alimentan y defienden, o se extinguen como una aislada chispita. Del cielo sólo cae lluvia. Es nuestro derecho ciudadano ponerle el cuerpo al rock, ya que también su consolidación, ahora que parece germinar, depende en buena parte de nosotros.

Chino Castro


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