Lunes 22 de Enero de 2018

FALTA SOLO UNA SEMANA

Los carroceros, artífices centrales de la magia del Carnaval de Lincoln

  • Diario Democracia - Junin

Arrancó la cuenta regresiva para la fiesta más esperada de Lincoln y los creativos trabajan de sol a sol en los retoques finales de las carrozas, uno de los motivos que genera mayor impacto visual en cada edición.

Cada vez falta menos y Lincoln lo sabe. La ciudad palpita con ansiedad la llegada del carnaval, un evento con más de 120 años de historia que llena a las calles de música, alegría y color. En cada edición de nueve noches, cientos de personas de distritos vecinos se acercan para disfrutar de todas las atracciones preparadas para la ocasión: bandas locales y nacionales, carrozas, batucadas, comparsas, disfraces, carros musicales, máscaras, entre otros motivos.

Las carrozas y mini carrozas distinguen al carnaval de Lincoln a nivel nacional, ya que en esta ciudad del noroeste bonaerense es donde habita la mayor cantidad de los más creativos carroceros que, año tras año, dan forma a sus ideas de manera artesanal y sorprenden a los espectadores. Todo lo que precisan es papel, engrudo y espacio para montar las inmensas estructuras, lo demás, es mero disfrute y tradición. Democracia charló con Carlos “Toco” Carrizo, Guillermo Depatri y Carlos Rivero, tres carroceros que dieron detalles acerca de cómo se preparan para desfilar el próximo 27 de enero.



CARRIZO, EL ÚLTIMO CAMPEÓN
La carroza “Precios de terror” fue una de las ganadoras en la edición 2017 del carnaval. Su creador, Carlos “Toco” Carrizo, eligió un tema vinculado a la actualidad económica en la Argentina y le dio forma mediante largas horas de trabajo en su galpón. Este año, Carrizo dejó a un lado la coyuntura política y se presentará con una mini carroza con ratas como protagonistas. Durante las nueve noches, se podrán ver los roedores con indumentaria de guerra en una dimensión de tres metros de largo por casi cuatro de alto. 

“Yo no estoy acostumbrado a ganar, no soy de los carroceros que ganan siempre, hay gente con mucha más experiencia, inclusive, con mucha más capacidad, acá en Lincoln se generan cosas muy buenas”, cuenta Carrizo a Democracia y agrega “haber ganado el año pasado con una carroza de catorce metros de largo fue una experiencia espectacular, me llevó un año entero prepararla”.

Carlos Carrizo es linqueño pero vive en La Pampa, por motivos de trabajo, este año optó por hacer algo más chico pero nunca barajó la posibilidad de dejar de participar, ya que está presente en el carnaval desde hace veinte años y de manera ininterrumpida. 

“En Lincoln el carnaval siempre fue una tradición, se genera como una motivación general, la gente se siente muy entusiasmada estos días”, cuenta Carrizo, quien se encuentra trabajando en un mismo galpón junto a un grupo de chicos de 19 años que se presentará con máscaras sueltas en esta edición. “Se acercan los curiosos, se toman un matecito, charlamos, vienen a ver que hacemos”, dice Carrizo entusiasmado, al tiempo que confiesa que “yo siento que debería haber un mayor interés por los más chicos, habría que buscar la forma de estimularlos, porque muchos carroceros se van retirando de la actividad y no ingresan nuevos.”

Carrizo considera que lo más difícil es organizarse para tener un galpón donde trabajar con carrozas tan grandes, y también el tiempo. “Yo soy veterinario, vivo en General Pico, La Pampa, y a este trabajo le dedico todo el tiempo que puedo, voy a mi ritmo, pero nunca quiero dejarlo porque el reconocimiento de la gente es hermoso, ellos nos apoyan, consideran que es un arte lo que hacemos y nos llena de orgullo”.

EL GALPÓN, SU PRIMERA INVERSIÓN
Carlos Rivero forma parte del grupo de los históricos carroceros de Lincoln: toda la vida se dedicó a esto. Hace 37 años que piensa ideas para hacer carrozas y trabaja de sol a sol para que luzcan como merecen. Hijo de uno de los pioneros, de los más grandes carroceros en la historia del carnaval, Rivero decidió continuar con la tradición familiar y, asegura, “esto es mi cable a tierra”. 

Mientras prepara el motivo que prefiere no revelar, Carlos cuenta a Democracia que la primera vez que entró al galpón para ver cómo trabajaba su papá tenía cinco años y que hoy trabaja mayormente solo pero que, de vez en cuando, sus hijas de 6 y 12 años lo acompañan a pegar algún que otro papel. “Me lleva unos dos meses hacer la mini-carroza, pero le dedico mucho tiempo: los días hábiles vengo después del trabajo, unas tres o cuatro horas, y los fines de semana todo el día”, cuenta Rivero y agrega “lo más complicado es que el muñeco cobre vida, hay que trabajar en sus movimientos de ojos, brazos, cabeza y la pintura es fundamental; luego se evalúa el motivo carnavalesco, el trabajo, la prolijidad, y se suman puntos a medida que pasan las noches”.

Rivero destaca que el galpón de trabajo fue la primera inversión como familia, que trabajaban para juntar el dinero suficiente y adquirirlo, “son dimensiones muy grandes y hay que trabajar cómodo”, asegura y agrega “hoy es difícil que los chicos se vinculen con este tema, para mí es una lástima porque yo me crié con esto y hoy veo que algunos vienen, están un año y dejan, vuelven y dejan”. Carlos sostiene que es un trabajo cansador en términos físicos pero que “es un cable a tierra, es una artesanía y me desconecta de mis problemas cotidianos, por eso también sería bueno que se enganchen los chicos”. 

En cuanto al origen de las ideas, la dinámica de Rivero es dedicar un cuaderno exclusivamente para anotar, entonces, al oír chistes, refranes, al ver motivos en la televisión o personajes, lo escribe con lápiz y papel para luego tomar el cuaderno y elegir con qué motivo avanzar en su próxima participación. Al igual que los antiguos carroceros, Rivero trabaja a portón cerrado “para que no se pierda la gracia, que es la esencia del carnaval”.

UN CLAN EN EXTINCIÓN
Guillermo Depatri, otro de los carroceros con mucha trayectoria, asegura que este año comenzaron a sentir la escasez de papel de diario y que eso “es un problema”, como también lo es la dificultad para conseguir galpones donde trabajar y mantener las carrozas a resguardo. Este año, a diferencia de otros, Depatri se presentará en el carnaval con una mini carroza con tres motivos: una parodia de patos cazadores, otra de payasos diabólicos y la tercera que prefiere no definir pero que asegura que “es picante”.

Guillermo, junto a otros cinco carroceros, forma parte de un clan que denominan “en extinción”, ya que no superan los cuarenta años y trabajan en carrozas para el carnaval desde hace más de treinta años. Dado que Depatri se encuentra actualmente viviendo en Arenaza, las posibilidades de trasladar piezas grandes son reducidas; por este motivo, este año optó por la mini carroza: “en el pueblo hago la mayoría de las cosas, luego las traslado a Lincoln y allá termino de armar los cuerpos, le doy movimiento, los pinto. Mi señora y mi hijo me dan una mano y yo quiero inculcarle al nene que aprenda”. Depatri está convencido de que un carrocero puede vivir del arte de armar enormes estructuras porque “terminado el carnaval se venden los motivos a La Pampa, Córdoba o Santa Fe.”

Depatri comenta que suele visitar a sus amigos carroceros, que pasa a tomar mate para ver cómo avanzan y también manifestó su temor a que la tradición pueda cortarse algún día. “Antiguamente lo carroceros trabajaban con los galpones cerrados y era difícil ver como hacían las narices largas y todas las cosas, era difícil aprender porque no nos dejaban ver y eso a nosotros nos despertaba muchísima curiosidad”, dice Guillermo con nostalgia y finaliza “hoy, que un nene de ocho años se meta en un galpón en pleno enero, con 40 grados de calor, sería un milagro, pero es un oficio hermoso para que muchos los puedan aprender y mantenerlo vivo”.
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