Jueves 23 de Enero de 2014
La importancia de los premios a los artesanos en la historia del Carnaval de Lincoln entre 1915 y 2014.
El carnaval se ha festejado en Lincoln desde su fundación, pero los registros más antiguos que pudimos obtener son de las primeras décadas del siglo XX, cuando los carros mecánicos y autos adornados eran el atractivo y la serpentina la principal “arma” en los juegos.
Luego esta última será reemplazada por otras más conflictivas como el papel picado y agua. Cuando se acercaba el verano, en los talleres, como el de los hermanos Gangoiti (avenida Alem y Caseros) se sacaba tiempo al trabajo diario y al descanso, para trasladar el ingenio en hacer celosías, gatos mecánicos, calefones y cocinas; hacían algún motivo que sorprenda en los desfiles de la calle 20 (Massey).
Las tareas eran “espiadas” por un adolescente Enrique Urcola, quien hizo su primera incursión artesanal adornando un Sulky (Egiptólogos) en 1924. A partir de 1928 incorpora los motivos de engrudo y papel en su carroza “Peliculero”, la cual deslumbra al público e inicia una escuela que se extiende hasta hoy; donde la mecánica y la cartapesta se conjugan en motivos que son el sello de nuestro corso y, si bien caricaturesco, reflejan fielmente la realidad local.
Aunque seguramente no eran el principal incentivo para participar, aún en aquellos años de amateurismo carnestolendo, los premios eran la recompensa a horas de trabajo y esfuerzo. Los presupuestos de los carnavales siempre estuvieron sujetos a las condiciones económicas y a las posibilidades y habilidades del sector público local de apropiarse de las mismas, y sin lugar a dudas que la parte asignada al trabajo de los artesanos refleja la impronta que se le quiere dar a nuestra fiesta.
¿Cuál fue la importancia de esos montos en la historia del carnaval linqueño?
Es una tarea compleja comparar valores en el tiempo, más en un país cuya moneda, en el período analizado, perdió 13 ceros y tuvo cinco denominaciones diferentes (Peso Moneda Nacional, Peso Ley 18.188, Peso Argentino, Austral y Peso). Pero no quiero que estos problemas nos sirvan como excusas para no responder la pregunta. Para eso voy a relativizar el monto de premios previstos en cada carnaval con el total de erogaciones del presupuesto municipal (PM) ejecutado en el mismo año. La medida de referencia se torna válida cuando se tiene en cuenta que, organizado por el propio Departamento Ejecutivo, por comisiones más o menos independientes o por instituciones locales, el corso fue una política a la que nunca estuvo ajeno totalmente el Municipio.
La información más antigua, citada por Estela Salerno es su libro “Historia de una fiesta popular”, data del año 1915 donde se estableció 4 libras esterlinas para el mejor vehículo adornado. A valores de ese momento el total de premios representaba el 0,3 por mil del Presupuesto Municipal de entonces. En 1918 los hermanos Gangoiti figuran receptores del máximo galardón del jurado del carnaval por su creación “El submarino” y en 1919 por la creación de un faro mecánico.
En la década de 1920, en un ambiente político renovado y económico muy favorable, el Carnaval de Lincoln toma impulso, se consolida y se constituye como una política de Estado local. Surgen las carrozas del maestro Enrique Urcola. El monto de premios creció año tras año, representando en promedio el 1,5 por mil del PM. El primer galardón, que recibía la chata mejor adornada, pasó de $100 moneda nacional en 1920 a $300 en 1930.
Los significativos cambios políticos y económicos de los años treinta no impiden que el carnaval se consolide. Urcola gana el primer premio en 1932 con “Paréntesis de armonía” y luego participa en la comisión organizadora durante otros años, destacándose como publicista de Casa Árbiter al final de la década, la que auspicia el Carnaval de los años 1936/1939. Sorprenden durante todos los años los trabajos de José “pepino” Aloia como “El dirigible Italia”, “La fragata Sarmiento”, “La locomotora”, “El inventor del año”. Aunque no hay inflación el dinero destinado a premiar motivos crece, alcanzando el 2,3 por mil del presupuesto municipal, manteniéndose las categorías de la década anterior: carros adornados, automóviles adornados, palco adornado, comparsa y mascara suelta. La comisión organizadora resalta que en la premiación se privilegiará el aspecto humorístico de los motivos. Una particularidad es que en 1930 se premia a la categoría “mascara a caballo”.
Como su economía, el Carnaval de Lincoln entre 1940 y 1963 entra en un período de sombras. Salvo algunos años puntuales -como 1947, donde Urcola presenta un trabajo sobre Paturuzú o en 1950 cuando sus alumnos (entre los cuales estaba Néstor Valfiorani) ganan el primer premio (m$n 800) con “Hoy Polenta”-, el resto son años de apatía.
La inestabilidad de las autoridades municipales (comisionados que duran menos de un año en sus mandatos), también es un factor que explica la caída. En promedio el monto de premios baja abruptamente, representando apenas el 1,1 por mil del presupuesto. El periódico Raíz del 25 de febrero de 1954 es contundente: “Es de lamentar que el monto a que ascienden los premios sea tan bajo, ya que ninguno alcanzaría a cubrir ni siquiera los gastos que pudieran originar un carruaje adornado, una murga o un disfraz”. “Un carnaval más….” titula año tras año la Revista Hogar Linqueño mostrando decepción por el pobre espectáculo. Sin embargo la presencia de público mantiene siempre viva la fiesta. En 1963 aparece un auto loco de Adalberto Oscar Zunino.
EL RESURGIR DEL CARNAVAL
Luego de estos años depresivos, y en un interesante tiempo de diversificación productiva y expansión económica, el Carnaval de Lincoln resurge y alcanza su época dorada entre 1964 y 1982. En este período la cantidad de premios otorgados son la principal publicidad del carnaval y los mismos se diversifican como lo muestra la disminución del peso que tenía el primer premio al rubro carrozas en el total: de representar la mitad en 1910 y casi el 30% en las décadas siguientes, a partir de 1965 dicho monto sólo alcanza al 10% del total de premios. El carrocero de referencia de este período es sin lugar a dudas Néstor Valfiorani, que asociado con su familia (Marcelo Valfiorani, Jorge y Oscar Barbero) es el más ganador de la historia del Carnaval linqueño: obtuvo 17 primeros lugares y en 2 de ellos también obtuvo el segundo.
Habiendo pasado por la escuela de Urcola siempre agregó a sus realizaciones mucha innovación y gracia, con movimientos mecánicos menos automáticos y más cómplices del espectador.
En 1964 lució la carroza “Monerías” de Urcola, pero el primer premio se lo llevó un trabajo confeccionado por un alumno suyo (Jacobo Ferrero) y otros amigos del Club Rivadavia (Pedro Alemand y Aníbal Gangoiti) “Panchito el orangután y Pepa la orangutana” que ganó m$n40.000.
Al año siguiente el festejo del centenario de Lincoln es otro impulso para los carnavales. El premio más importante (m$n70.000) lo obtiene el trabajo “El baterista” de Néstor Valfiorani. En 1966, en un Carnaval con un nuevo techo lumínico hecho por Manuel García, el monto en premios creció, alcanzando la suma de m$n400.000 (4,4 por mil del PM). Al año siguiente (1967) la fiesta alcanzó repercusión nacional a través de las radios y TV porteñas. Néstor Valfiorani presentó una comprometida y secuencial carroza de un tren que tituló “Restructuración”. En los denominados corsos millonarios se ampliaron las categorías y el monto en premios pegó un salto, alcanzando la cifra de m$n1.480.000 (5,9 por mil del PM de entonces).
En 1969, año en el que aparece Samba Samba (la escuela de danza más tradicional de nuestro corso), el monto de premios alcanza su máximo nivel histórico (8,1 por mil del presupuesto). Un monto similar se entrega en 1970 cuando el primer premio (m$n 450.000) lo obtuvo otra carroza de Valfiorani “Baile en la Estancia Grande”, quien en 1971 gana nuevamente con “El Show de Marrone” (m$n500.000), que contó una noche con la presencia del reconocido artista.
Como en las décadas del ’30, ´50 y ´60, los lamentables cambios políticos de los años ‘70 no impidieron la continuidad de la fiesta y el monto de premios se mantuvo y nunca estuvieron por debajo del 5 por mil del PM.
Otros carroceros premiados en esa época son Daniel Fernández, seguramente el carrocero que más motivos aportó al Carnaval en su historia y que en 1980 presenta “Marionetas” (6.000.000 de $Ley18188) representación de Menotti y Maradona; Adolfo Crespo (El baile de los cisnes) y Patricio Ward (Los Vikingos). Además de las carrozas, en estos años (1975) aparecen los “Autos Locos” de Julio Bernini, ingenio mecánico puro al servicio del humor; y también los de Carlos Topa.
LA DEMOCRACIA, LA POLITICA Y EL CARNAVAL
Los primeros años de la recuperación de la democracia (1982-1989) fueron muy difíciles para Lincoln y el Carnaval lo refleja. Inflación y precios internacionales de los productos agropecuarios deprimidos pegaron fuerte en la economía linqueña. La municipalidad explicita que no puede organizar los Carnavales y ofrece la organización del mismo a instituciones como el Club El Linqueño. Entre 1982 y 1989 el monto relativo de premios sufre otro período de caída, alcanzando apenas el 1,6 por mil del presupuesto municipal. Los primeros lugares de ese período son casi monopolizados por dos discípulos de Valfiorani: Miguel Videla y Daniel Luengo con excelentes trabajos como “Rumbo a Lincoln City” (17.000.000 de $Ley18.188), “Chinopedalabola”, “Vamos a la Playa”, y relacionadas con el momento económico imperante: “Más pesada que la deuda” y “Brigada A”, donde aparecían Alfonsín, Brodherson y Sourrielle. También fueron premiados José García (“Adán y Eva de regreso al paraíso”; y “Dragón Carioca”) y Daniel Fernández (“¿Que te comiste?”).
La estabilidad económica de años noventa permite que el monto de premios suba un escalón que se casi se mantiene en la actualidad, alcanzando el 3,8 por mil del PM. Se destaca el año 1995, en que los corsos fueron organizados por el Centro Unión Comercio e Industrias de Lincoln, donde alcanzan un pico de 7 por mil del PM. Sin embargo al año siguiente se acaba el acuerdo y los corsos vuelven al Gobierno municipal. El cobro de entrada al mismo hizo que perdiera el carácter popular que esta fiesta debe tener. Entre los premiados aparecen Miguel Videla y Daniel Luengo (“Expreso Bonex”), Daniel Fernández y Hugo Palacios (“Mira qué gomas”), Diego Pérez Díaz (“Y que van hablar de estabilidad”) y la última carroza de Valfiorani presentada en 1993 junto a Raúl Traversa denominada “Socorro Bomberito”.
En los últimos diez años, y en un contexto de sojas gordas, el Carnaval ha tomado un gran impulso. Entrada gratuita y espectáculos de primer nivel al cierre de cada jornada han permitido numerosa concurrencia y que más visitantes conozcan el trabajo artesanal, al cual se destina un monto de premios del 3,5 por mil del presupuesto municipal. A nivel de carrozas se observa un excelente nivel que combinan precisos movimientos mecánicos (menos intensivos en mano de obra), con expresivos trabajos en cartapesta y telgopor. Resaltan carroceros como Raúl Traversa, Alberto Díaz, Luis y Carlos Rivero, Emiliano Álvarez, Juan Carlos Suárez y Luis Pérez. En estos años Valfiorani sorprende con “Los Venecianos”, un motivo fuera de categoría demostrando que la creatividad goza de buena salud.
¡Sí, ya sé! Las comparaciones son odiosas, y sesgar el análisis sólo a los ganadores es injusto, pero permiten relativizar los hechos históricos y realizar una necesaria síntesis para pensar una fiesta que, aunque la discutiremos durante los veranos en peñas y bares, a los linqueños nos identifica y nunca, en los últimos cien años, nos quisimos perder.
(*) Por Agustín Lódola